DIAGNÓSTICO Y ORIENTACIÓN PSICOPEDAGÓGICA
Grupo “Clave de Fa”: Cristina Cuesta Jiménez
Reflexión Individual: “Normas y
Límites”
Los límites se traducen en normas que establecen un
orden de funcionamiento. Quienes los mantienen, los padres, se convierten en
figuras de autoridad para el niño. Asimilar y tener límites y normas es
necesario, para que cualquier persona, sepa adaptarse y convivir en sociedad.
Mantener las normas implica a veces decir “no”. Esto
genera conflictos con los niños, pero el conflicto está presente en nuestra
vida; por eso no hay que tenerle miedo, sino aprender a afrontarlo.
¿Qué
son las normas y los límites?
Un límite le dice al niño: “Hasta aquí puedes
llegar. Más allá, no”. La norma es la forma en que se traducen los límites en
la práctica. Cada familia ha de establecer sus propias normas.
Los límites, proporcionan seguridad al niño para
enfrentarse al mundo. Las normas marcan la organización necesaria para que una
familia y, cualquier otra forma de convivencia funcionen. A través de las
normas el pequeño aprende qué está permitido y qué está prohibido.
Los
estilos de comunicación en la familia
La forma en que nos comunicamos en la familia es
fundamental para establecer con éxito los límites y las normas.
Todas las cosas que hacemos en la vida se acompañan
de comunicación.
Tener una buena comunicación en casa es fundamental para
establecer una convivencia tranquila, feliz y sosegada.
La comunicación sirve para:
- Establecer contacto con las personas.
- Dar o recibir información.
- Expresar o comprender lo que pensamos.
- Transmitir nuestros sentimientos.
- Compartir o poner en común algo con alguien.
- Relacionarse.
Elementos
que facilitan la comunicación
Los elementos que facilitan la comunicación, son
tres, fundamentalmente: la escucha activa, la habilidad para motivar y la
empatía y cuando se ponen en marcha aumentan la probabilidad de que el niño
entienda lo que se desea de él. También consiguen que el pequeño se sienta
escuchado.
- La escucha activa: consiste en mantener una conducta que le dé a entender al niño que se está atendiendo a lo que dice, como mirarle a la cara, o colocarse a su altura para hablar con él.
- La habilidad para motivar, también conocida como refuerzo social, aquí consiste en señalar al niño cuánto nos gusta comunicarnos con él, y mantener la atención sin dejar que nada nos distraiga. Es importante buscar el momento adecuado y hablar a menudo con los hijos.
- La empatía está muy ligada a la habilidad para ponerse en el lugar del otro. Se trata de entender lo importante que son para el niño sus cosas, aunque para los adultos sean insignificantes. Los padres han de saber transmitir a sus hijos que lo suyo también es importante.
Si se quiere poner en marcha estos elementos
facilitadores habrá que desarrollar habilidades como las siguientes:
- Dar información positiva.
- Emitir mensajes coherentes, que no den lugar a contradicciones.
- Expresar sentimientos positivos y negativos.
- Crear un clima emocional, de cariño y respeto, que facilite la comunicación.
- Pedir y escuchar la opinión de los demás.
Cuando comunicamos un mensaje verbal, nuestras
palabras van acompañadas de gestos, posturas, tono de voz, miradas y un sinfín
de recursos que constituyen la comunicación no verbal. Es decir, combinamos el
lenguaje verbal y el gestual. Este último es tan importante que, en caso de
contradicción con lo que estamos diciendo, será la comunicación gestual la que
se imponga como verdadera.
Los niños, que no dominan el lenguaje oral, son
mucho más capaces de interpretar los mensajes no verbales.
¿Por
qué es importante que el niño tenga límites?
Para que un niño sea feliz es fundamental que se
sienta protegido. El sentimiento de protección, aparece si en casa se definen
límites y si los padres son firmes y constantes en su mantenimiento. Cuando no
existen normas ni límites claros, el pequeño puede volverse apático y pasivo o,
por el contrario, irascible y tirano, actitudes en las que la inseguridad
siempre está presente.
Los padres tienen que aprender a fijar límites
justos. Igual que no es bueno quedarse cortos, tampoco lo es pasarse de
estrictos y no permitir que los hijos puedan responsabilizarse de sus propios
actos.
Todos los niños quieren y necesitan comprender las
normas existentes en el medio que les rodea. Desean saber hasta dónde pueden
llegar y qué pasa cuando rebasan esos límites.
A medidas que los niños van creciendo necesitan
determinar cómo actuar en cada situación. Los límites desempeñan un
importantísimo papel en el proceso de adaptación y descubrimiento de su medio.
Para aprender a comportarse de forma adecuada, los
niños necesitan mensajes claros sobre las normas, sobre lo que se espera de
ellos. Principalmente son los padres lo que pueden darles esta información.
Los limites no funciona cuando:
- No se transmiten de forma clara.
- Son contradictorios: el padre dice una cosa y la madre otra, o unas veces se permite algo y otras no.
- No hay consecuencias, ya sean positivas o negativas.
- Se pide al niño que haga algo que los padres no hacen.
Lo realmente perjudicial para el desarrollo del niño
es:
- Establecer unos límites demasiados estrictos.
- Fijar un número excesivo de normas.
- No poner ningún tipo de límites a su comportamiento.
Los niños no vienen con las normas sabidas de
nacimiento. Aprenden a comportarse poco a poco, y los maestros en este proceso
son los padres. Ellos tienen que enseñarles qué conductas son deseables y
cuáles no, poniéndoles los limites adecuados a su edad, fijando las normas que
rigen en su casa y transmitiéndoselas de las forma más clara y comprensible
posible.
Tendemos tendencia a ser selectivos y fijarnos en lo
negativo pasando por alto lo positivo, y si se trata de los niños/as, más. Es
muy frecuente caer en el error de dar órdenes haciendo hincapié en
comportamientos negativos.
Cuando marcamos las órdenes negativas estamos
atendiendo a lo que no tiene que hacer el niño, pero no le decimos qué es lo
adecuado.
Reflexión
final
Existen muchas justificaciones para evitar decir que
no a los niños y niñas: a veces por el miedo a no saber afrontar el conflicto; otras,
por culpa del poco tiempo que pasamos con ellos; en ocasiones, simplemente por
cansancio.
Cuando llegan los dos y tres años, los niños y
niñas, que todavía no se saben expresar con palabras lo que le ocurre,
soluciona cualquier contrariedad con rabietas las cuales muchas veces son muy
desagradables. Se cede a caprichos que creemos insignificantes y,
momentáneamente, nos sentimos aliviados.
Tras un tiempo premiando esta conducta, suele
ocurrir que lo que antes eran caprichos ahora son exigencias, que vienen
acompañados de reacciones cada vez peores a las negativas. A medio y corto
plazo el niño ha aprendido que la estrategia de molestar mucho es válida para
conseguir lo que quiere.
Si convertimos en costumbre el binomio llora –
concedo nos encontraremos con que, a largo plazo, se generalizan este tipo de
comportamientos.
Cuando ese niño sea adolescente, no se ha encontrado
con el no y, por tanto, no sabe cómo se soluciona un conflicto. Por el
contrario, tiene claro que, con determinadas conductas, muchas veces de tipo
agresivo, consigue lo que quiere.
También podemos encontrarnos con un adolescente que
no entiende lo que significa hacer un esfuerzo para lograr algo, puesto que
todo lo que quiso de pequeño se lo dieron.
La adolescencia es una etapa en la que la fuerza de
arrastre del grupo es mayor que cualquier otra. Es importante decir que no,
pero hay que hacer aprendido antes a hacerlo.
Por eso lo que enseñamos a los niños/as en edades
muy tempranas es importantísimo. Cualquier aprendizaje que no se da en el
momento que corresponde es mucho más difícil de aprender con posterioridad. Por
eso, no hay que tener miedo a la reacción de los niños y niñas cuando les
decimos que no, porque así les enseñamos cómo lo pueden hacer el día de mañana.
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